Morir para una lección

27.03.2014 20:55

Tal vez alguna vez habrán oído, visto o vivido hechos inexplicables, aquellos que va más allá de lo real, lleno de fe, convertido en milagro. Si no es así, entonces, narraré una historia, la de mi hermanito Juanchi, de tan solo 2 años de edad.
Así comienza todo. En un departamento de Ramos Mejía, en el 9no piso, vivíamos con mi familia, conformado por 2 habitaciones, una para mis papás y la otra para nosotros, un living grande para jugar, una barra de todas clases de bebidas y una cocina pequeña.
Mis padres trabajaban hasta la tarde, en todo ese tiempo, cuidaba de mi hermanito. Lo cambiaba, enseñaba palabras, jugábamos y en la hora de comer, cocinaba sus papillas que tanto le gustaba. Era un niño muy activo y obediente, a veces creo que me sentía la madre con tan solo mis 8 años.
Cuando llegaban mis papás, todo estaba limpio y ordenado, era gracioso ver a Juanchi ayudándome con la limpieza, aunque ellos nunca lo tenían en cuenta.
Todas las noches, papá preparaba tragos, mientras mamá nos mandaba a dormir. Se quedaban solos, tomando hasta el otro día, que se iban a trabajar. Había veces que me molestaba ya ser la madre de mi hermanito, no porque no lo quería, sino porque también quería ser niña y quería tener una mamá con un papá presente, cumpliendo sus roles.
Recuerdo que  Juanchi se quedaba dormido cuando leía la biblia, que habíamos comprado para catequesis, una tarde que salimos a pasear con la vecina. Siempre leía las distintas versiones de los evangelios de cómo resucitó Jesús, me encantaba esta historia.
Al otro día, la misma rutina nos invadía. Mi madre me dejaba anotado todas las tareas de la casa y siempre escribía que cuidara a mi hermanito, como si fuera que no lo hacía nunca. Yo no iba al colegio, ellos pagaban a una maestra que venía a enseñarme. Mi seño era sencilla y buena con nosotros, una mujer con oídos atentos para escucharme, a veces deseaba que mis papás fueran así como ella, tanto deseaba que rezaba todas las noches por ellos.
Todos los días era lo mismo, mis padres llegaban y tomaban hasta dormirse, amanecían con la botella en la mano; y los fines de semana se iban de paseo regresando por la tarde, con más bebidas alcohólicas. El alcohol se fue transformando en el agua de todos los días, sus ropas estaban con aroma a tequila, y quien sabe cuántas otras. Ellos se encontraban perdidos en su vicio.
Un jueves a la noche, fue la primera vez que comimos todos juntos. Juanchi estaba muy feliz. Una vez terminada la cena, nos fuimos a dormir y ellos quedaron bebiendo. Leí el evangelio, nos dormimos felices porque fue una noche especial, aunque todo momento feliz tiene algo trágico por detrás. Así fue, Juanchi se levantó a la madrugada, no vio las botellas rotas que dejaron mis papás, al tropezarse, uno de los vidrios logró cortar una de las venas principales del corazón. Murió desangrado. Escuche su grito, corrí hacia él. No pude hacer nada. Intente despertar a mis padres, se levantaron mareados y vieron a Juanchi todo sangrado. Llamé a una ambulancia, pero todo fue en vano, ya era tarde para mi hermanito.
Los días pasaron, la verdad no aguantaba tanto dolor, había perdido todo y mis padres seguían en lo mismo. Si antes no me prestaban atención, ahora solo lo hacían para juzgarme de la muerte de Juanchi.
Una tarde la maestra vino a visitarme, trajo una estampita del sagrado corazón, me dijo que rezara y que no me hiciera más daño pensando que era la asesina. Su visita había aliviado mi corazón. Así fue como rezaba y rezaba para que volviera mi hermanito.
Al tercer día, del cual poseía la estampita, un grito con mi nombre me hizo levantar de golpe y allí estaba, si, era Juanchi que me despertaba.
Lo abracé y agradecí a Dios por el milagro, aunque solo fue un sueño. Cuando desperté realmente, fui a la pieza de mis papas a contarles ese sueño y a pedirles que ya no bebieran más, pero ellos ni caso me hicieron. Jugué con él, era feliz en ese momento, y al caer la noche algo me hizo advertir a mis padres que dejaran el alcohol porque iba a ocurrir otra tragedia; como siempre, no me escucharon. Sucedió lo mismo, me levante, tropecé, y ya no recuerdo que pasó, solo sé que desde ese día estoy con mi hermanito y aun lo sigo cuidando.
De vez en cuando vamos a visitar a nuestros papás, ellos ya no beben, están empezando a reconstruir una nueva familia y creemos con Juanchi que tendremos otro hermanito, así que decidimos ser sus angelitos.


Autora: Maida Filippini 4/2/2011

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